Erase una vez un pueblo llamado "Borreguín", cuyos lugareños se dedicaban a labores agrarias y de ganado, y tenía los servicios propios de un pueblo, bar, comercio, casino, colegio, etc , decidieron reunirse en la plaza principal ya que tenían un problema muy grave, se había llenado de políticos, y no se explicaban cómo habían llegado a ello, todo empezó cuando el alcalde de su pueblo, un hombre ya muy viejo, que llevaba cuarenta años de alcalde, se estaba muriendo, entonces, unos políticos de otro pueblo a los que casi nadie conocía llegaron con un libro grande que llamaban Constitución, les explicaron en la plaza principal que sin ese libro ninguno de ellos viviría en libertad, que el alcalde viejo era lo peor de toda la comarca, y que si no querían que volviese otro igual debían acatar ese tocho de normas sin hacer ningún reproche. Ellos se miraban unos a otros atónitos al oír como varios paisanos, que nunca habían discutido al viejo alcalde, es más, algunos de ellos habían trabajado junto a él en el ayuntamiento, se ponían al lado de esos políticos foráneos y gritaban aún mas que éstos.
Total, en no dejando de hacer sus trabajos para poder vivir, fueron muchas veces y durante años llamados a lo que, aquellos cada vez más encorbatados elementos, llamaban deber cívico, que era reservar el domingo para meter uno o dos sobres en una urna. En esos papelitos aparecían nombres y nombres, escudos de flores y letras, de hoz y martillo, incluso fotos de políticos que nadie conocía. Antes de esos domingos, al menos unos meses antes de cada votación, iban por allí los de la foto pero en vez de con corbata lo hacían con vaqueros y camisa montañera, y les decían que sí a todo los que pedían los lugareños. A ellos les recordaba el turronero de la feria que iba cada año por las fiestas del pueblo, voceando las tabletas que regalaba a tan buen precio que ni le cabían en el brazo.
Los "borreguines" que así era el nombre dado a los originarios de ese pueblo, cada vez más hartos de tanto turrón podrido o pasado, dejaron de acudir tantos domingos a las urnas y preferían descansar tras la larga semana laboral. Además vieron que cada vez eran menos los que trabajaban en el campo y con el ganado y más los que eran políticos. El comercio cerró porque vino un potente comerciante extranjero que puso una gran superficie y por ello se compraba con un carrito con ruedas, el del bar también cerró porque pusieron otros más modernos y caros para dar de comer y cenar a los nuevos políticos, que lo gastaban bien, además el casino cambió su nombre y se convirtió en Centro Social de los Trabajadores de no sé qué Sindicato que nunca había tenido nada que ver con ellos.
"Borreguín"se fue llenando de más y más bancos
para prestar dinero a esos políticos, para comprar coches oficiales, móviles, despachos de lujo, incluso hicieron un aeropuerto para que unos aviones pequeñajos que llamaban "Falcón" trasladasen a los políticos más rápido. También tuvieron que venir gente de otros países a cuidar del campo y el ganado porque los jóvenes del pueblo se reunían constantemente en el antiguo casino y allí según ellos ejercían el derecho a vivir de la subvención.
Los viejos, cuando se sentaban en el banco de la plaza miraban atónitos lo que había cambiado su pueblo, recordaban como antaño no había nadie por las calles después del amanecer por al campo bien para la labor agrícola o la ganadera, ahora el pueblo era un constante ir y venir de políticos tomando café en el bar nuevo, de coches negros con conductores de chaqueta y corbata que ponían el coche en la plaza donde habían prohibido que aparcasen los "borreguines", de ejecutivos con móviles en la oreja y maletines que no soltaban ni a la de tres, de jóvenes reunidos en torno a una botella a cualquier hora, incluso D. Pablo, el médico de toda la vida ya no iba a las casas de los enfermos, ahora había que ir a un centro nuevo donde sólo trabajaban tres con bata blanca y un montón que no sabían de medicina, pero que estaban al cuidado de las sillas de rueda de la puerta.
Para colmo la guardia civil se había ido al pueblo de al lado
pero a cambio en la nueva carretera que llegaba al pueblo habían colocado un especie de buzón cuadrado con un espejito, que decían que era para la seguridad de los que iban en coche por allí, pero según comentaba uno de los viejos, y que se lo había dicho un amigo suyo de la capital, era una máquina que por cada foto que hacía a los conductores les cobraba al menos 200 euros, y ellos le contestaban que eso no podía ser, que con una foto como iban a conducir mejor.
Tanto cambió el pueblo, que aún recordaban como Pepe "el rarito",
que así le llamaban por lo que su adjetivo indica, que vivía apartado en el pico junto a la ermita, se trajo a su familia de fuera, y construyó al menos cuatro casas más y se puso a luchar contra el pueblo porque decía que él no era "borreguino", que él era independiente, y que no tenía nada que ver con "Borreguín", incluso nos tiraba piedras desde su altura, eso sí de vez en cuando decía que estaba en tregua y tenía la costumbre de venir a vendernos la leche de sus cabras. Ellos siguen su guerra y cada vez que viene a vernos uno de los principales políticos de la comarca pasa primero por allí y se le ve ponerse de rodillas no se sabe para qué.
En fin así, poco a poco la historia de "Borreguín" fue derivando a que aquel pueblo era cada vez más castigado por esa nueva plaga de gente que cada vez le pedía más y más dinero, y cada vez eran menos los que podían pagarlo, que según, uno de ellos que venía con muchos foráneos a la romería del pueblo, en autobuses numerados, contaba en sus charlas con bocadillo y pañuelo al cuello, que aquellos que no siguieran sus consejos serían castigados por ese libraco que trajeron al principio. Para ello decían que contaban con el juez que traían a cazar al coto nuevo que el dueño del banco ponía a disposición de sus amigos más íntimos.
Por ello, y retomando el comienzo de esta historia los "borreguines" decidieron, juntarse todos en la plaza y tras deliberar sobre esto, uno de ellos que no había ido a la nueva escuela del pueblo sino a la de toda la vida donde era maestra Dª Adela, se acordó del cuento del "Flautista de Hamelin"
y decidieron buscar a ese nuevo personaje capaz de acabar con esta plaga, aunque esta vez debiendo pagar al flautista para no acabar como en el cuento.
Y lo encontraron, se trataba de un vecino que no trabajaba para estos parásitos, que se dedicaba a sus tierras y ganado, que era una persona muy culta y letrada, pero que siempre había permanecido a la sombra.
Les brindó una idea nueva, creó un partido político y lo primero que pidió era que se apuntaran todos los del pueblo, para así no dar pie al juez de la montería a encarcelarles por ir en contra del tocho legislativo.
Les explicó el plan, en las primeras elecciones que viniesen, le votarían, y lo siguiente a hacer era cambiar la Constitución
y dejar sin prebendas a esos vividores, para ello dejaría los puestos mínimos, eliminaría móviles, coches oficiales, y famosos "falcón", mandaría a trabajar a los que se reunían en el "centro social de trabajadores sin ocupación pero con subvención", pondría de nuevo un local par el comerciante del pueblo, al no haber políticos de tarjeta para dietas y comidas volvería el del bar de siempre, el del botellín y págame lo que me debes.
El pueblo recobraría la personalidad perdida por culpa de esta plaga de vividores.
Pero les indicó que para poder echar a toda esta plaga era preciso pagarles el despido cuantioso que se habían puesto en los contratos., y que para eso haría falta mucho dinero.
Todos asombrados y tras dudar un poco sobre esta solución decidieron dar su voto a este paisano.
Ellos no tenían suficiente dinero por habérselo quitado los políticos con tanto gasto y tanta subvención, pero entonces decidieron pedírselo al banquero.
Se cumplió el plan previsto y el nuevo flautista, consiguió cumplir todo lo propuesto.
Cuando parecía que había llegado ya la paz y el sosiego, el trabajo y la nueva situación, apareció el banquero a pedirles el dinero que les había prestado más el cuantioso interés, como ellos no tenían como pagarle, les amenazó con quitarles todo, las tierras, el ganado, las casas, es decir todo lo que necesitaban para vivir.
Los "borreguines" asustados no sabían qué hacer, pero antes de que le flautista pudiese plantear otra solución, acudieron de nuevo al banquero a pedirle opinión, y éste les propuso lo siguiente:
Echaré a vuestro nuevo alcalde, aunque sea bueno, honrado, y responsable; traeré a otros políticos que manejaré yo, y a cambio os dejaré seguir trabajando vuestra tierra, cuidar de vuestro ganado, pero no decidáis más sobre el gobierno de vuestra ciudad sin que yo os autorice, así siempre cenaréis caliente y trabajaréis para mí.
Y así el pueblo vio sin hacer nada como los políticos y el juez cazador metía en prisión al flautista por ser anti-constitucional, y volvió a tener la plaga en su pueblo, y siguieron pagando los caprichos de éstos y sobre todo las del banquero que cada vez hacía más negocio.
Y colorín, colorado este cuento casi real se ha acabado.
Para los que busquen otro final menos trágico, pero a la vez menos real, podéis echar al banquero del pueblo y no dar ningún despido a los de la plaga, pero entonces preparaos para lo que han llamado siempre como una revolución, que finalmente acabó en una guerra donde se vendían muchas armas. ¿Y sabéis quien vendió las armas?....
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